“La idea surgió en 2014. Entonces lo entendimos como un paso más en nuestro desarrollo tecnológico: ¿por qué limitar nuestros servicios a nuestros ciudadanos? Nos propusimos ser una sociedad sin fronteras y permitir a cualquier persona che fuera residente virtual de nuestra nación”, relata el director de esta iniciativa estrella, Kaspar Korjus de 30 años, que recibe a las visitas ataviado con un elegante traje gris, corbata y zapatillas de andar por casa. “Es una costumbre muy de moda en las start-ups de aquí. Nosotros trabajamos para el Gobierno, pero también queremos ser cools”, bromea.
Cada semana se da de alta un mayor número de e-residents, que niños nacen en los hospitales estonios. Ya superan los 30.000 y Estonia aspira a ser a los servicios digitales lo que Sviza es a los servicios bancarios. El documento de identitad digital trasnacional, que emite el Estado Estonio al precio de 100 euros, no concede la nacionalidad ni la residencia fiscal, ni permiso de entrada a Estonia o la Union Europea. No es ni un visado ni un pasaporte. Es simplemente un instrumento creado para gestionar un negocio internacional de forma sencilla, sin necesidad de pisar jamás Estonia. En estos momentos los solicitantes proceden sobre todo de Turquía, Ucrania, el Reino Unido post Brexit, Japon y Corea del Sur. “Por ejemplo el Gobierno surcoreano es un bueno aliado porque entiende el valor de un programa como este, que permite a sus ciudadanos exportar al mercado europeo y expandir su negocio. Además, Estonia es lo contrario a un paraiso fiscal: aquí todo es transparente porque toda operación deja un rastro digital”, precisa Korius que cierra los ojos para concentrarse en sus respuestas. Según Deloitte en sus primeros tres años de existencia, la residencia electrónica ha reportado unos ingresos de 14,4 millones de euros para el erario estonio. Facebook tiene 2.000 millones de usuarios en todo el mundo y nos parece normal. Pero ni siquiera nos planteamos que una nación pueda tener la mentalidad de una impresa y aspirar a esos números. Si Estonia puede atraer a miles de millones de usuarios, el impacto en su economia será enorme”.
Enclavado entre la costa y la ciudad vieja, Kalamajas fue el barrio de pescadores de Tallin hasta finales del siglo XIX, cuando el ferrocarril conectó la capital estonia con la vecina San Petersburgo. A partir de entonces, se transformaría en una zona industrial, y, con el tiempo, ese terreno de casitas de madera – donde vivían los obreros – y fábricas, ofrecería el escenario perfecto para alojar el distrito hipster de la ciudad. No falta un detalle: ni las galerías, ni las tiendas de diseño y cosmetica organica, ni los mercadillos de fin de semana, ni los bares que sirven frías cervezas artesanales. Tampoco las start-ups.
En 2003 nació aqui Skype, la compañía que revolucionó las llamadas gratuitas por Internet y que en 2011 Microsoft compró por 8500 millones de dolares. Los fundadores son el sueco Niklas Zennström y el danés Janus Friis, pero el software lo desarrollaron ingenieros estonios y la compañía todavía mantiene en Tallin una de sus principales oficinas. Skype forma parte del orgullo nacional. “Generó un gran cambio de mentalidad. Después de Skype, muchos se animaron a estudiar carreras técnicas y lanzarse a emprender”, relata Ragnar Sass. Él fundió en 2007 United Dogs and Cats, un Facebook para perros y gatos. La historia de su hundimiento salió en las noticias. “Fue uno de los primeros fracasos públicos de un emprendedor”. Después probó suerte con Pipedrive, una compañia que comercializa un software de gestión de ventas para pequeñas y medianas empresas. A la seconda triunfó. Y ahora a sus 42 años, divide su tiempo entre aeropuertos y Lift99, un espacio de coworking, que fundó en 2016. “Hay que crear tejido y ayudar a que haya más empresas de éxito. Europa del este es muy distinta a Silicon Valley, pero tenemos algo en común: un gran sistema educativo del que salen profesionales técnicos muy preparados”. Mientras Sass se extiende sobre el presente y futuro del ecosistema emprendedor estonio, a su lado dormita su perro Riki. De fondo, una martilleante banda sonora: ya han empezado las obras para ampliar este espacio de grande ventanales y salas diseñadas para seducir a su cosmopolita comunidad. Y a Instagram. Todas las fotogénicas estancias están bauptizada en honor a personajes de fama internacional (y con esta premisa los estonios estaban descartados: hagan el ejercicio, busquen un futbolista, director de cine, empresario o celebridad oriundo del país baltico) con alguna, por leve que sea, relacion con el país: el periodista británico Edward Lucas, que fue el primer residente virtual de Estonia; Ernest Hemingway, que una vez dijo “ninguna dársena para yates está completa sin, al menos, dos estonios”; Chaikovsky, porque el compositor ruso tuvo una casa de verano en Estonia, o Rodriguez el cantante protagonista del oscarizado documental Searching for Sugar Man, que en una de sus canciones menciona a un arcángel estonio. A Obama, que confesó: “Tendría que haber llamado a los estonios cuando montamos nuestra web sanitaria”, le han reservado un pequeño cubículo destinado a hablar por teléfono. “Ahora viajo por todos los continentes y muchas veces ya directamente diciendo “Hola soy del País de Skype”, relata Sass. “Espero que, dentro de poco, también podamos decir que somos del País de Taxify (un Uber local) o de cualquier otra empresa. Estonia está encontrando su lugar en el mundo”. (FIN).