Esta digitalización de Estonia, presumen, les supone un ahorro del 2% del PIB anual en salarios y gastos. Y no se cansan de repetirlo: si ellos han construido una sociedad digital, cualquiera puede hacerlo. Ese fue el mensaje que lanzaron durante su reciente Presidencia del Consejo de la Unión Europea. La innovación no puede ser patrimonio exclusivo del sector privado, los Gobiernos no pueden quedarse atrás, así que basta de excusas. No es una cuestión de dinero. Tampoco de tamaño. Tan solo se necesita voluntad política.
El 27 de abril de 2007 Estonia retiró una estatua de bronce del centro de Tallin. Erigida en 1947 para conmemorar a los soldados soviéticos caídos en la Segunda Guerra Mundial, simbolizaba un pasado de ocupación, así que se reubicó en un cementerio militar a pesar de las advertencias rusas: el traslado, reiteraron, tendría consecuencias “desastrosas” y así fue. Unos días más tarde, los estonios no pudieron acceder a las webs del Gobierno, los principales periódicos, las universidades o los bancos. El País era víctima de un ciberataque (y el Kremlin negaría posteriormente toda implicación en el asunto). Linnar Vilk, que ahora asesora a Gobiernos en materia de transformación digital desde la e-Governance Academy, recuerda una War Room con ingentes cantidades de agua, cítricos y café donde trabajaron, sin tregua, funcionarios, profesores universitarios, estudiantes de doctorado y empleados de compañías privadas. “¿Todas estas personas tienen el visto bueno de seguridad?”, nos preguntó el Ministro de Defensa al asomarse a la sala “No, pero tienen la competencia digital necesaria para solucionar el problema. Por favor, déjenos trabajar”. A Vilk se le dibuja una sonrisa. En ese preciso instante, dice, muchos entendieron que el mundo había cambiado.
El Gobierno salió airoso, todo volvió a la normalidad y, desde entonces, Estonia se ha convertido en una referencia en materia de ciberseguridad: en 2008 se inauguró en Tallin el Centro de Excelencia de Cooperación en Ciberdefensa de la OTAN y el año pasado el País báltico anunció la creación de la primera “embajada de datos” en Luxemburgo. Es decir, en caso de sufrir de un nuevo ataque, tendrán una copia de seguridad de todo su Estado a buen recaudo y el Pais podrá seguir funcionando sin interrupción. Según Andre Krull, CEO de Nortal, una compañía que ha colaborado estrechamente con la Administración Publica para desarrollar, por ejemplo, el censo o el sistema de recaudación de impuestos, “esa crisis y otras posteriores nos han ayudado a madurar. Hace una década abríamos cualquier enlace que nos enviaban por correo electrónico, pero ahora todos entendemos que hay que tener una cierta higiene cuando nos conectamos a la Red. Esta es la realidad de vivir en una sociedad digital”.
Birgy Lorenz sacude la cabeza al recordar la derrota: el equipo estonio quedó quinto en la ciberolimpiada que se celebraron en Málaga el pasado noviembre. No les falló la tecnología, sino la presentación. “Nos pasa siempre”. Los estonios nos extendemos demasiado. “ Ella no va a cometer el mismo error. Recorre a paso ligero los edificios del colegio publico Pelgulinna en Tallin, donde es responsable de desarrollo de la tecnología de la información (TIC) desde hace 17 años y solo se detiene cuando le falta el aliento. “La cifra de alumnos entre los 7 y los 18 años es de 960 y somos un total de 65 profesores. Hay wifi en todas las instalaciones y, aunque sea hora de entrar en clase, no oiréis el timbre, cada alumno debe ser responsable y llegar puntual. Enseñamos ciberseguridad, robótica y programación, tenemos un laboratorios de drones, utilizamos impresoras 3D y ahora estamos buscando financiación para las clases de realidad virtual y aumentada. Aquí no hacemos hincapié en las habilidades digitales, porque ya forman parte de nuestra vida diaria y tampoco son lo más importante: nuestros pilares son las artes, el deporte y la tecnología”.
Todoterreno, además de su trabajo en este centro y de dirigir el equipo de “futuros cibertalentos”, Lorenz da clases de seguridad digital en la Universidad de Tallin: “Mi misión consiste en vigilar que ni profesores ni alumnos hacen un uso excesivo de la tecnología. La llegada de las pantallas has hecho que, como docentes, debamos ser más creativos. Competimos con ellas, así que hay que darle vueltas a la cabeza para despertar el interés de los chavales”. Por ejemplo en los suelos de los pasillos de Pelgulinna han pintado rayuelas para que, entre clase y clase, los alumnos despeguen la nariz del móvil y se animen a jugar.
El pueblo de Aegviidu está a 45 minutos en tren desde la estación central de Tallin. Abandonar la capital, donde se concentran 450.000 habitantes, supone sumirse, en cuestión de minutos, en un paisaje solitarios: Estonia tiene la extensión de los Países Bajos……(FIN PARTE 3).