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Paraguay nació marcado por las fronteras

26/11/2018 By admin

Paraguay nació marcado por las fronteras. Cerca de siete millones de habitantes rivalizan geográficamente con potencias como Brasil o Argentina. Sus vecinos, con los que antaño pelearon por el agua y el territorio, son ahora sus principales turistas y, en algunos casos, también portavoces de chascarrillos. Ya se sabe que, como con la familia, uno no elige a sus vecinos. En el aeropuerto de Madrid, justo antes de embarcar al vuelo de Air Europa que cubre la ruta Madrid-Asunción, una argentina, que viaja en el mismo avión hasta Córdoba, exclama, entre sorprendida y jocosa, tras escuchar el comentario de un pasajero sobre su bautismo como viajero al otro lado del Atlántico: “¿La primera vez y ha elegido lo más feo?”. Las risas de sus compatriotas no se hacen esperar. La realidad mostrará, tras más de 12 horas de vuelo, un paisaje de un cromatismo espectacular, surcado por ríos salvajes, donde el verde de los campos compite con palmeras, casas de madera y vacas pastando bajo un cielo azul con nubes que despiertan la fantasía. Todo un descubrimiento.

En Asunción dicen que no hay mejor despertador que un buen cocido. Y cocido (una infusión de yerba mate bien caliente con leche y mucho azúcar) es lo que alguien anuncia insistentemente en la calle, ayudado por un altavoz, desde las seis de la mañana. El mate se sirve frío (lo llaman tereré) o caliente, pero se consume a cualquier hora. Hombres y mujeres caminan por la calle con sus termos (guangue) recubiertos de cuero y, generalmente, decorados con los colores de los equipos de fútbol locales. El ritual no conoce clases sociales. El mate, presumen, es un invento suyo, aunque argentinos y bolivianos lo consumen también con regularidad como sustituto del café. Como novedad, aquí el guangue y la bombilla (el vaso donde se alojan las hierbas y que se va rellenando de agua fría y la pajita con la que se sorbe) se comparten.

La hamaca en el patio

Paraguay, ubicado entre la cordillera andina y la selva, carece de salida al mar. Su historia se resume a grandes rasgos en la Casa de la Independencia, en el centro de Asunción. Un solar colonial que evoca la ciudad del XVIII celebra la emancipación del país. Las paredes de adobe cobijaron las reuniones secretas en las que se gestó la caída del Gobierno español. Sin derramamiento de sangre, el gobernador Bernardo de Velasco depuso armas y aceptó formar parte de un Gobierno interino la noche del 14 de mayo de 1811. Un repique de campanas, los gritos de “Viva la unión” y 21 cañonazos acompañaron la jornada. La hamaca en el patio, los muebles de época, las imágenes religiosas y las joyas de los antiguos propietarios, la familia formada por el español Antonio Martínez Sáenz y su esposa, la paraguaya Petrona Caballero, conjugan historia con la vida de la alta burguesía.

Fuera de las ciudades la vida se hace en la carretera. La imagen de las vendedoras de mate, con sus rudimentarios puestos y raíces curativas, forma parte del paisaje. Al paso se anuncian lomiterías (el asado de carne es el plato tradicional, no parece un país para veganos), gomiterías (ruedas) y se exhiben a la venta lo mismo muebles tallados a mano que mermeladas caseras de papaya o harina de maíz. Todo bajo la sombra de los mangos. ¿Ya probaron la chipa? La pregunta se repetirá durante todo el trayecto, hacia Ciudad del Este. La torta, a base de almidón de yuca, queso, anís y manteca, se consume como complemento del desayuno, como aperitivo o por gula. Son famosas las de la Chipería María Ana, donde madres solteras, ataviadas con trajes regionales, las venden calientes por 3.000 guaraníes (medio euro).

La travesía hasta Ciudad del Este, apenas 300 kilómetros en el sur del país, por una carretera de doble sentido plagada de camiones y furgonetas y con constantes badenes, parece no tener fin. En los pueblecitos del camino (apenas un puñado de casas al borde de la carretera o perdidas en el paisaje, la mayoría con calles sin asfaltar, con las gallinas moviéndose a su antojo y las vacas pastando al alcance de la vista) se respira la tranquilad del campo y una manera de vivir que parece a punto de desaparecer. Muchos campesinos se mudan a las ciudades en busca de una vida mejor mientras crecen las plantaciones de soja y las tierras de pasto para ganado, pero todavía quedan espacios donde el tiempo parece haberse detenido, como la reserva botánica del naturalista y antropólogo Moisés Bertoni, de origen suizo y uno de esos viajeros aventureros que desarrollaron sus investigaciones en la selva con los guaraníes. Se conserva su vivienda y los restos de la imprenta con la que publicaba sus ensayos. Falleció de paludismo en 1929, pocos días después de la muerte de su esposa, y fue enterrado allí mismo en el cementerio familiar bajo los árboles de incienso. En la reserva viven una veintena de familias guaraníes que sobreviven de las ayudas del Gobierno y de la venta de abalorios, realizados con semillas, a los turistas. La cultura guaraní perdura como parte de las raíces del país, pero solo los

Bertoni usaba el río Paraná para sus desplazamientos, y se proyecta reanudar esa ruta para el paso de turistas, pero ahora la salida de la reserva se realiza por un accidentado camino de tierra rojiza, el color característico y muy fértil del Alto Paraná.

De vuelta al asfalto, son visibles las obras de ampliación de carriles en muchos tramos. Si a esto se suman los planes de mejora de los aeropuertos locales y la optima infraestructura hotelera, se diría que la civilización, o lo que sea que eso signifique, avanza a marchas forzadas. Pese a su situación geográfica, rodeado de dos países gigantes, Paraguay se ve como una tierra de oportunidades en la que hay muchas cosas por hacer. Marcela Bacigalupo, ex ministra de Turismo, parece tener claro el futuro: “Paraguay desea dejar de ser la gran desconocida”. Desde que Air Europa estableció vuelos directos desde Madrid se nota un movimiento mayor de turistas. Según datos oficiales, durante 2016 visitaron el país 2.300.000 viajeros, de los cuales un 80% procedían de Argentina.

El río Paraná marca la vida de Ciudad del Este en competencia directa con las compras, ya que la ciudad, surgida a partir de la llegada de trabajadores para construir la presa de Itaipú, es ahora una zona de libre comercio. El tráfico de mercancías y turistas fluye como el caudaloso río. Cada jornada, cientos de brasileños y argentinos cruzan el puente de la Amistad, en la frontera, para comprar bolsos, mantas, motos o bifes de chorizo. Los visitantes dejan una media de 350 dólares por persona. Muchas visitas concluyen en el día, pero algunas familias aprovechan para alargar la estancia y disfrutar del emergente turismo rural o de hoteles que como el romántico Casa Blanca ofrecen una idílica panorámica del río, una de las maravillas de la naturaleza paraguaya.

Para regular el caudal del Paraná, el quinto más importante del mundo, se construyó la presa de Itaipú, una obra de ingeniería tan impresionante como la de las Tres Gargantas china, que permite dotar de energía hidroeléctrica limpia a Paraguay y Brasil. Sus instalaciones se pueden visitar, en un recorrido turístico gratuito que, con mucha suerte, permitirá contemplar la salida en cascada del agua por las ocho compuertas. La visita concluye con el recorrido por la coronación de la presa a bordo de un autobús, que cruza durante unos minutos hasta la orilla brasileña del río.

Los saltos del Monday, en el Alto Paraná (Paraguay).

La visión del país vecino, Brasil o Argentina, según el punto en que nos situemos, es constante. El Paraná y sus afluentes llevan un caudal más que envidiable, aunque muchas viviendas carecen de luz y agua potable. Los saltos del Monday hipnotizan por la fuerza arrasadora del agua. Desde el mirador, donde un cartel prohíbe el baño, los vencejos juegan entre las olas de espuma que levanta el agua en su caída de 40 metros sobre la piedra. Hay tirolinas que bordean la cascada y pescadores que cruzan a los aventureros hasta la otra orilla.

Por esa vía desembarcaron los jesuitas en Trinidad, una de las construcciones más importantes de los 30 pueblos de la ruta de las misiones paraguayas, en las que llegaron a vivir 3.000 indígenas. Una flor muy parecida a la orquídea, inambú ceboy en guaraní, cubre como un manto blanco el césped que rodea las imponentes ruinas. En esta reducción se comerciaba con la yerba mate, se cantaba en latín y se construían instrumentos musicales en armonía con el pueblo guaraní. Entre las ruinas pervive el eco de una utopía que acabó a sangre y fuego, tras la expulsión de la orden decretada por Carlos III en 1767. Los religiosos fueron detenidos y los guaraníes volvieron a la selva, pero su lengua, cargada de onomatopeyas, ya había adquirido el don de la escritura

La gran iglesia de la misión jesuítica guaraní de Jesús de Tavarangué.

La ciudad devastada fue enterrada bajo los escombros y con ella, durante años, se perdió en parte la simiente del cultivo de mate que tantas ganancias les había reportado. La misión se desenterró con la ayuda económica de España, y la yerba fue impulsada por los meronitas a principios del siglo XX. No muy lejos de allí, en la localidad de Bella Vista, donde vive una numerosa colonia alemana afincada en el país tras las guerras mundiales, se levantan ahora algunas de las empresas yerbateras más importantes del país.

Hoteles, restaurantes, clubes de pesca y deportes náuticos completan la ruta hasta Encarnación, una ciudad turística construida en torno a la playa ganada al río, donde se divisa una espectacular puesta de sol, con Argentina de fondo. De regreso a la capital, la iglesia franciscana de San Buenaventura, en Yaguarón, construida en madera de lapacho, muestra el esplendor del barroco.

Aquí las misiones parecen no tener fin. Los jesuitas, como el padre Francisco Oliva (Sevilla, 1928), ya no lucen túnicas oscuras como antaño. En el Bañado, uno de los barrios más humildes de Asunción, todos conocen al pa’i Oliva y su labor por los más desfavorecidos (tuvo que salir del país durante la larga y sangrienta dictadura de Alfredo Stroessner, pero con la democracia volvió y fue recibido como un héroe). Cuando decidió ser misionero supo que recogía el testigo que dejaron sus antepasados en Paraguay.

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